COVID-19: ¿los dos años más largos de este siglo?

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vacunas cubanas cienfuegos

Casi tocan a la puerta los dos años de aquel primer cierre del país, en marzo de 2020, cuando la pandemia de COVID-19 nos alcanzó fronteras adentro. Hasta ese día escuchábamos las noticias de Wuhan, y nos parecía tan lejana aquella catástrofe sanitaria, que ni siquiera sospechábamos del diseño de estrategias en el país para minimizar el impacto del virus.

Ingenuamente, pensé se trataba de algo de la magnitud de aquella vez, cuando el A (H1N1) levantó las alarmas ante la presencia de síntomas gripales, o un brote de cólera allá por el año 2012 me familiarizó con la hoy habitual práctica de la higiene de las manos a base de hipoclorito.

Recuerdo como si fuese hoy la pregunta que hice en las primeras conferencias de prensa ofrecidas día tras día en Cienfuegos para comunicar el escenario epidemiológico. Indagué por el final de la pandemia, como quien ingenuamente averigua qué hora es o dónde queda el Prado. Yo pensaba que se trataba de una fecha y listo, luego volver a la vida normal, a lo de siempre. Confieso que la respuesta de “habrá riesgo mientras exista un solo caso positivo” me cayó como cubo de agua fría, helada diría yo, y ahí comencé a comprender la magnitud no de lo que se avecinaba, sino de lo que vivíamos ya.

Con aquella estremecedora realidad llegó otra que sacó a todo el mundo de su rutina habitual. Las colas y anaqueles vacíos trastocarían hábitos y prácticas de reabastecernos hasta ese momento. Nos moveríamos desde entonces entre dos flancos bien complejos: el económico y el sanitario.

Aún en medio de todo eso, durante aquella primera ola, cuando bajamos la curva aún sin vacunas —pues estas comenzaban a gestarse— yo confiaba otra vez, candorosamente, en que el mes próximo o el siguiente llegaría el día de andar a puro rostro descubierto, y lucir esos creyones que hasta hoy, casi rancios, permanecen en una esquina del comodín.

Esa tregua con las mascarillas fue posible, pero duró muy poco, pues junto a la realza de casos retornó su uso para ponernos “en contexto”: esto no era ni el H1N1 ni el brote de cólera, y nuevas variantes como la inolvidable Delta se encargaron de recordárnoslo.

Podría en estas líneas seguir de largo con todas las penurias que nos ha prodigado el virus en casi 24 meses —el período más largo en la vida de muchos— sin embargo, sería llover sobre mojado.

Por suerte teníamos de nuestra parte la gente con el talento, el capital humano suficiente que hizo posible —con nada más y nada menos que cinco candidatos vacunales— que hoy los números y la severidad no se parezcan a los del angustiante período julio-septiembre de 2021. Merecen todo lo bueno del mundo nuestros científicos, aunque suene bien cursi la frase. Lo merecen, porque son gente de a pie, como usted y como yo, que hicieron vacunas para la gente de a pie.

Aun así, inmunizados y reforzados, con números alentadores, incluso llegado el día (si llegase) del anuncio de un número ínfimo de contagios que mueva al mundo hacia la anhelada normalidad, y el panorama no amerite usar mascarillas, ya no seremos jamás los mismos. Al menos yo, después de todo lo vivido, demoraré en desterrarlas definitivamente de mi rostro, aunque los labiales se eternicen, vencidos y ranciosos, en aquella esquina del comodín.

Tomado de "5 de Septiembre"